Tendemos
fácilmente al olvido. Olvidamos la historia que nos antecede, la que
aunque parece no afectarnos, está de lleno en las entrañas de la
vida, no sólo la personal, sino, y sobre todo, en lo colectivo, en
aquello que aun sin ser, somos. De la misma forma olvidamos leer a
nuestros clásicos. Y no hablo de clásicos en el sentido de un canon
que llevaría a pensar en que hay ciertas obras que deben ser
consideradas más importantes que otras, que ya suficiente hemos
tenido de esa actitud que considera lo diferente como un error. No,
al usar la palabra clásicos, me refiero, como señala George
Steiner, a esas obras que nos llevan a encontrarnos una y otra vez
con ellas. Y es en ese sentido que da gusto leer a jóvenes autores
como Víctor Hugo Espino, quien en trabajos como La transformación
por el recuerdo en Sartre, Pablo y San Agustín
congrega temas que nos siguen siendo fundamentales pero que, por
estar sumidos en la inmediatez de los medios contemporáneos pasamos
cada vez más por alto.
Ante
el olvido, convocar el recuerdo, pero no solamente como un proceso de
captura de información que ya no tiene siquiera un carácter de
archivo (sobre todo si se toma en cuenta las aportaciones de
Foucault, Deleuze o Didi-Huberman a dicho concepto), sino como
proceso de reflexión y
voluntad:
Si
la profundidad del alma no se mueve a reflexionar en torno a los
recuerdos la vida del hombre podría considerarse mancillada y
muerta. Los recuerdos con una chispa de jovialidad reavivan el alma
que procura el cambio. Cuando se les enfrenta valientemente hacen
posible el desarrollo del ser. Todo se transforma y ellos son
bendiciones.1
Así, pues,
el autor hace una exploración de la noción de recuerdo a partir ya
no sólo de la experiencia individualizada y egocentrada del mundo
contemporáneo, sino como un encuentro con potencias que si bien
surgen desde la introspección, tienen que ver con lo místico y lo
divino (el contacto con Dios), con lo social (como en la referencia
que hace Espino La nausea a
Sartre), y hasta con la otredad terrible, como afirma el autor que
ocurre en Edgar Allan Poe:
Los
tres sentidos del recuerdo doblegan al alma resentida y extraviada.
El extravío del alma se consuma en términos de carácter cara a la
existencia y el del resentimiento está a expensas de los actos cara
al destino. Un ejemplo curiosamente lo encontramos en el cuento de
Poe “El corazón delator”: ¿Qué impulsa al protagonista a
cometer homicidio, sino el resentimiento contra todo lo que se ve y
al ojo que lo ve? Por el contrario, el extravío del alma lo retrata
bien Conan Doyle en el cuento titulado “La banda moteada”: ¿Por
qué un padrastro amoroso se convierte en un hombre mezquino y ávaro
que sin sentimientos mata a su hijastra, pintando así un cuadro
completo de feminicidio por insensibilidad?2
Así,
el recuerdo no es un mero ejercicio de evocación sino de
congregación. ¿Congregación de qué?: de voluntades, de
reflexiones, pero también de atropellos y horrores. Es decir, de
cuestiones fundamentales para la vida humana que hoy en día tan poco
nos gusta comprender, ni mucho menos ver reflejadas en distintas
obras, pues en ese reflejo, terrible y vital, nos reconocemos en
carne viva.
Ciudad
de México, abril de 2020
1Espino,
Víctor Hugo, La transformación por el recuerdo en Sartre, Pablo
y San Agustín, en
https://lapiedradesisifo.com/2019/12/22/la-transformacion-por-el-recuerdo-en-sartre-pablo-y-san-agustin/
Última visita, abril 10 de 2020.
2Ibidem